lunes, 9 de junio de 2014

LAS CONDUCTAS REPETITIVAS O RESIDENTES.

Este artículo lo escribí en el curso 2012-13 mientras me encontraba en el EAT de Pozuelo - Majadahonda. Cuando me encontré varios casos en una misma Escuela Infantil de Las Rozas con padres que me preguntaban por este tipo de conductas. 

"En primer lugar y para entendernos definiremos lo que es una conducta residente. Estamos hablando de una acción que se presenta en el niño de forma casi permanente o con un alto grado de asiduidad fuera de los momentos y tiempos ordinarios para ello.

Estas conductas pueden ser chuparse el dedo, sacar la lengua de manera no expresiva, morderse o chuparse las uñas o las cutículas, “urgarse” la nariz, tocarse o rascarse el sexo sin que tenga un motivo (exploratorio, sentir escozor o ganas de hacer pis)…

Hay que tener en cuenta la frecuencia y permanencia de la conducta y a los ámbitos a los que está restringida. Consideramos que la conducta se ha instaurado como actividad residente cuando se da en la mayor parte de las actividades de diarias (no se restringe a unas pocas: a la hora de dormir, cuando estoy con papá y mamá…) y aparece casi todos los días de la semana.

Por lo general este tipo de conductas tienden a hacerse más notorias cuando:
Las prestamos atención o intentamos que no las tengan.
El niño o niña está más nervioso o estresado
Hacemos atribuciones a la conducta delante del niño o niña.

Una vez que sabemos fehacientemente que la conducta está instaurada de manera residente. Tenemos que comprender el proceso por el que ha sido adquirida.

Por lo general suelen tener origen en un elemento que en su momento era útil o tenía sentido. La mayor parte de los casos esto tiene origen en conductas de “autocalmado” el niño, para relajarse “imagina” o genera una “alucinación” sobre un momento que le calma, como recibir el pecho materno, ser mecido… Y para ello emplea un elemento físico, la succión, el acurrucarse, el balancearse o coger un objeto con un olor o tacto especial. El niño intenta reproducir alguna de las sensaciones que tenía en ese momento de calma para disfrutar de ello. Esto en si mismo no es malo, el niño no tiene ningún problema con respecto a esto. El problema lo tiene el adulto, que puede sentir presión social cuando el niño tiene la conducta el público y trata de corregirlo porque interpreta que esa conducta es socialmente “inadecuada”.

Esta conducta no es exclusiva de los niños, los adultos,  de forma normal, para relajarse se han sentado en mecedoras, se hacen un ovillo para dormir, chirrían dientes, repiquetean con dedos o con la pierna si están nerviosos. De alguna manera son conductas que están instauradas de manera poco perceptible y que aparecen en determinadas situaciones.

Cuando un niño alarga este tipo de conducta más allá de la edad que le es propia, significa que de alguna manera, no ha encontrado una conducta alternativa que le aporte esas mismas sensaciones. Eso no es un problema en si mismo, ya que el niño de una forma o de otra terminará encontrado una alternativa.

El problema llega cuando el adulto se fija en esa conducta, le da una atribución y empieza a preocuparse y/o a intentar cambiarla. En primer lugar el niño empieza a recibir atención cuando tiene esa conducta, lo cuál lo único que hace es ayudar a fijar la conducta… “mira, cuando me chupo el dedo, no sólo me siento “agustico” si no que además recibo más atención de los adultos”. Incluso cuando esa respuesta de los adultos es negativa, sigue reforzando, porque en términos educativos lo contrario del amor no es el odio, si no la indiferencia. Es decir, prefiero que me eches la bronca a que me ignores.

Como consecuencia la conducta termina por quedarse de manera residente.

¿Cómo podemos reconducir la situación? Pues en primer lugar lo que hay que hacer es limpiar de afectividad tanto positiva como negativa el fenómeno. Igual que cuando un niño no acepta un alimento, lo retiramos durante un tiempo (un mes) y después se lo volvemos a ofertar sin darle importancia. Con las conductas instauradas tenemos que quitarles los reforzadores.

1. Eliminar los reforzadores.
Debemos en una primera etapa ignorar completamente la conducta. Es un proceso difícil, ya que igual que el niño ha interiorizado su conducta, nosotros hemos interiorizado la respuesta a su conducta. Esto supone no sólo dejar de reprenderle o de corregirle físicamente cuando lo haga. Significa no prestarle ninguna atención cuando lo haga. Ninguna. Ignorar completamente la conducta. Se trata de desacostumbrar a que cuando lo haga va a recibir algún tipo de reacción.

En la mayor parte de los casos esto tendrá como consecuencia algún tipo de alteración en la conducta del niño, empezará a hacerlo más o empezará a hacerlo menos hasta estabilizarse en esta nueva forma de conducta.

Ahora  bien, ¿Cuánto tiempo tenemos que ignorarlo? Eso va a depender en buena parte de lo instaurada que esté la conducta, cuanto más fuerte sea, más tiempo será. Se puede marcar dependiendo el caso un tiempo mínimo de 2-3 semanas y un tiempo máximo de 2-3 meses.

¿Y después? Como es evidente en muchos casos esto por si sólo no eliminará la conducta. Pero para continuar, es muy importante saber cuál es el momento evolutivo del niño.

2. Modelaje y modelado positivo.
A partir de los 18 meses y una vez pasada la fase de “limpieza”. En el niño suceden dos cambios que hay que tener muy en cuenta. En primer lugar, el niño empieza a autoafirmarse como ser distinto de los padres, con una voluntad distinta de la de los padres. Hasta tal punto, que incluso cuando desea algo, es capaz de ante la pregunta “¿quieres esto?” decir que “No”, aunque lo esté deseando. Esto sucede por dos motivos. 1. La autoafirmación y la configuración de lo que algunos psicólogos llaman el “yo” es una necesidad por encima incluso de las físicas. Y 2. El niño todavía no controla bien las conductas “medios-fines” es decir no termina de entender que decir no implica quedarse sin ello… además, de alguna manera él sabe que tarde o temprano el adulto se lo va a dar.

El segundo cambio es la comprensión de las situaciones sociales. El niño empieza a saber que es lo que toca ahora simplemente mirando lo que sucede alrededor, es capaz de predecir. Y además está accediendo a un nuevo recurso que le ayuda mucho más a desarrollar esto: La palabra. Cada palabra representa una cosa o situación, que no necesariamente coincide con la del adulto, pero que es bastante permanente.

Por ejemplo: para el adulto “vamos a cambiar el pañal” puede significar – te has hecho caca, no quiero que se te irrite el culo y además huele mal- pero para el niño puede significar. – Me vas a tumbar boca arriba, me vas a quitar esto calentito que tengo aquí y me vas a poner los pies por encima de la cabeza.-
La perspectiva cambia mucho…

Es por esto que cobra mucho más significado la conducta física que la verbal, porque los significados de los gestos son unívocos, pero las palabras todavía pueden llevar a equívocos. Por eso en la segunda etapa, lo que haremos es no hacer ninguna referencia verbal a la conducta. Como mucho nos fijaremos en otra cosa, le haremos una carantoña (algo positivo siempre en lo que fijar la atención) y o bien le daremos una alternativa (si coge un balón con las dos manos no puede chuparse el dedo) o simplemente le apartaremos la mano sin decir nada.

Por otra parte, en esta etapa es muy importante el aprendizaje del comportamiento adecuado en cada momento. Ellos empiezan a saber con quién “cuela” el lloriqueo para conseguir algo, con quién hay que tener una rabieta y con quién da igual lo que hagas que no lo vas a conseguir. De la misma manera aprenden que determinada comida se come con cuchara, esta otra con tenedor y esta otra con la mano. Por eso es positivo buscar un momento en el que sea adecuada la conducta (por ejemplo, chuparse los dedos untados de nocilla) para distinguirlo de cuando no es adecuado ni funcional y practicarlo de vez en cuando.

3. La reflexión verbal.
A partir de los tres años, el niño ya controla la conducta medios-fines y sus significados de las palabras son más cercanos a los del adulto. En ese momento podemos empezar a hablar de ello con el niño de manera muy puntual. En algún momento una pregunta del tipo “¿Necesitas hacer eso?”, “¿Qué sientes cuando haces…?”. La pregunta ha de ser simple, porque el niño todavía no puede argumentar. El objetivo es que se de cuenta de lo atípico de su conducta, pero sin que se lo diga el adulto.

4. La presión social.
Está claro que los niños no deben saber que esa conducta preocupa a sus padres y abuelos, pero no es malo que se den cuenta de que es atípica por los comentarios de terceras personas como otros padres de niños, otros niños… La toma de conciencia de lo atípico de esa conducta como norma general lleva a restringirla a los momentos íntimos, eliminando una de las principales preocupaciones de los padres.

Pero a mi me han dicho que…
Evidentemente, esta no es la única forma de normalizar estas conductas, hay miles de “remedios caseros” y/o de la Pedagogía Popular que pueden funcionar, el problema es que no sabemos el tipo de consecuencias que pueden tener a largo plazo.

Por ejemplo, para dejar de morderse las uñas y/o las cutículas se pueden usar productos químicos con sabores desagradables que venden en las farmacias. Pero eso tiene dos consecuencias desagradables, en primer lugar estresa el niño que quiere hacerlo pero tiene que pasar un “amargor”, nunca mejor dicho, para conseguirlo, y en segundo lugar aprende que para conseguir cierta cantidad de placer tienes primero que admitir cierta cantidad de sufrimiento, lo cual pese a que en la vida (estudios, trabajo…) no parece aceptable, llevado a la intimidad y a las relaciones afectivas puede ser un pensamiento muy negativo para la persona.

También existen otras perspectivas psicológicas desde las que enfrentar el problema. Lo que hay que intentar es que si nos posicionamos en una perspectiva concreta seamos consecuentes y no realicemos variaciones sin supervisión de un experto.



En cualquier caso, el hecho de que un niño realice muchas veces un acto, en si mismo no tiene que ser un problema ni un motivo de preocupación. La respuesta de los adultos es realmente lo que puede convertirlo en un problema. Y si normalizamos la situación, por un lado eliminando de ella la afectividad y por otra reaccionando de una manera natural será mucho más fácil para el niño percibir la atipicidad de la conducta como algo poco deseable y decidir dejar de hacerlo sin tener que seguir las órdenes del adulto."